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Artículo 3. La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece.

 

Artículo 40. Todo ciudadano tiene derecho a participar en la conformación, ejercicio y control del poder político. Para hacer efectivo este derecho puede… Constitución política Colombia 1991. 

 

La participación ciudadana fracasó en su intención de garantizar el derecho a todxs a participar de la construcción del territorio tal como está propuesta en la constitución de 91. Lo digo después de 20 años de insistir en estar y construir, en y desde diferentes escenarios locales, regionales y nacionales de participación como organización social, ciudadano o representante. Y este parece empezar a convertirse en uno de los ejes estratégicos de la actual transición, que avizora una esperanza a la larga noche de los 500 años en Colombia.

La gobernanza (una idea vieja noción que ahora cobra fuerza) está en riesgo de ser cooptada, es un novedoso y atractivo discurso de los que rápidamente incorporan audaces políticos y funcionarios, como han hecho siempre. Animados por organismos multilaterales que con una u otra sigla (PNUD) agencian la transformación de las antiguas maquinarias del estado en favor de los mismos intereses y a través de las mismas vías y recursos. 

 

La gobernanza es, ante todo, un gobierno de todxs. Con participación permanente de quienes deciden y hacen. Requiere, a mi manera de ver, algunos escenarios que están lejos, lejos, lejos, de nuestra realidad. Por eso invito a verlo como semilla y no como flor o fruto. Ningún alcalde o secretario, ministro o presidente o consultor o gestor se afané a decir que ha instalado la gobernanza, mucho menos que se instala en una mesa o se consiga en un documento. 

 

Los 30 años del “simulacro de la participación” han creado una desconfianza profunda en toda la sociedad. Están los que se cansaron de ser usados en cada instancia de ley que exige la participación de la comunidad, en espacios que no trasciende a acciones, en los que no está bien visto disentir y que se terminan con un “no me llames, yo te llamo”.  Y me hacen recordar un Bullerengue de unas mujeres buscadoras de sus familiares desaparecidos por la violencia que corea al unísono “Hasta cuando reuniones, cuando los van a entregar. Hasta cuándo reuniones, cuando los van a entregar”. 

 

Luego están los que se cansaron de estar por años en espacios estériles, de largas conversaciones sin término alguno, que cierran sus ciclos con bellas publicaciones, escritas por sendos consultores, que muy pocos leen, al estilo de “Estoy con Manizales” y que ellos, verdaderos líderes en sectores específicos tendrían que reconocer, no se aplica y si se hace, poco transforma lo que se quiere. Son los saludos a la bandera. Una forma de decir: si nos interesa construir juntos, pero… sin cambiar nada de fondo. 

 

Por último están los que ni se enteran, los excluidos por la forma, los que no leen y escriben, los niños y niñas, los anarcos de todas las escuelas, los que trabajan y no tienen tiempo pa reuniones pendejas. Que son la mayoría. Para ellos la participación es un lujo en un mundo de supervivencias, de amplias desigualdades. 

 

Otra arista es la de los funcionarios, obligados a promover escenarios repetidos, como misa de domingo sin fe ni contrición. Los hay de todo tipo, pero abundan los que sienten los recursos públicos como propios. Y dicen nosotros hicimos, nosotros ponemos, nosotros prestamos, nosotros pagamos. El tono del diálogo entre el administrador público y el ciudadano está lejos, lejos, lejos, de ser entre pares. Con la misma legitimidad, el mismo poder y autoridad, desde su lugar y su rol. Y ni hablar de la corrupción: ¿cómo establecer diálogos con quienes se roban la escasa riqueza que tenemos para hacer las muchas acciones que demanda el territorio?

 

Hablar de gobernanza sin reconocer un escenario de dificultades y acciones previas de corto, mediano y largo plazo es demagogia. Sentar a la institucionalidad, la academia, el sector privado y las organizaciones sociales en una misma mesa con una intención real de diálogo, del que se requiere para hablar de gobernanza, parte de otros puertos. 

 

Se me ocurren algunos. Empezar por devolver  confianza (en un proceso lento) y convendría arrancar por hacer coherencia en el presente entre el discurso y la práctica. Llamar a la gobernanza, al diálogo social, de un lado y rechazar la participación por otro, no son buena señal. Impugnar un fallo que te obliga a reconocer la participación (caso ERUM San José), no escuchar actores culturales que claman por transformaciones de fondo en instituciones que desgobiernan y pretenden construir la “nueva institucionalidad cultural”, aparecer a cooptar expresiones propias de la emergencia social y política: “estamos con el estallido cultural”. Son señales de alarma. 

 

En cuanto a la empresa privada y la academia ¿Estarán entendiendo estos espacios de gobernanza en otro tono, uno de iguales? ¿Tendrán la capacidad de reconocer su participación en acciones en contra del territorio, que amplían las brechas de desigualdad, ponen en riesgo sus recursos: el agua, la vida y el territorio? ¿Serán capaces de reconocer lo mucho que aportan otras expresiones sociales para la sostenibilidad o verán solo su parcela económica y académica? Si es así deberían irse abriendo este diálogo, mostrándose públicamente estas posturas, las visiones y prácticas no van a transformarse solo porque se transforme el discurso. Sino están dispuestos a esos reconocimientos y responsabilidades ¿de que sirve traerlos a un espacio de gobernanza? 

 

Las organizaciones sociales, culturales, ambientales, populares. Colectivos, tejidos y movimientos tienen su propia historia. Hay que empezar por reconocer la precariedad de sus posibilidades. En su mayoría autogestionadas, requieren de un proceso de fortalecimiento, autónomamente agenciado, para que puedan dignificarse. Este deberá ser de mediano y largo plazo y habilitará cada vez más nuevos actores estratégicos en la construcción de una gobernanza. Poco puede hacerse con organizaciones cooptadas por lógicas clientelistas, temerosas, serviles o señaladas, estigmatizadas y marginadas. Los tejidos colectivos que se vienen construyendo van haciendo colectivamente este fortalecimiento. ¿Cómo apoyarlos sin quitarles su autonomía? 

 

Gobernanza entonces a sembrarla y abonarla primero. A cuidar la semilla humilde y pacientemente. Los artículos 3 y 40 esperan poder transformase en su proceso en los años venideros. No en el arrebato del gobierno de los muchachos que “gerencian” el municipio como un emprendimiento político. A esa “gobernanza” no le juego. 

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