
Las Manizales imaginarias
“Ciudades donde se diseñan desembarcos en países no situados en el tiempo, ni en el espacio. Como un desfile de banda militar China, entre la eternidad y la nada.” José Lezama Lima, Paradiso.
La imagen de Lezama me parece perfecta para iniciar este texto. Hay una disputa imaginaria (de eras imaginarias). Hay una guerra de símbolos y palabras. Silenciosa, estratégica, metódica y poética. El cubano imagina un viejo sentado en su habitación, recreando las luchas en ciudades… que tuvo y que nunca volverán. Solo para decirnos que hay una disputa imaginaria. Hace apenas unos meses, el hoy alcalde de Manizales, dio un discurso en el congreso nacional de la república de Colombia, que es por lejos, el mejor resumen de la imaginación tradicional Manizaleña. Me dolió, por supuesto, escucharlo decir que tenemos “los toros en la sangre”. Me desgarro ver a un novillero que lo acompañaba, llorar y quebrase la voz en una tribuna, porque ya no iba a poder “matar el toro”. Esa misma tribuna en la que, en años recientes, se han parado las víctimas de una desoladora guerra que no cesa en más de 60 años, donde han llorado las madres de los desaparecidos, de los ejecutados extrajudicialmente… eso no tiene nombre. Pero al final me alegre, algo bueno sacaba de todo esto. Su discurso, sus discursos son la mejor expresión de algo que llevo años pensando, buscando, tratando de atrapar en plena obra, con las manos en la masa, con las luces encendidas. Y al fin me lo dieron. Y no se trata de la tauromaquia en si misma como hecho aberrante. Sino de lo que significa que la ciudad se cree imaginariamente fundada en la imagen de una feria Taurina, española.
La figura poética del alcalde no es accidental. “Tenemos los toros en la sangre” equivale a decir que “Tenemos sangre española” una sangre heredada de Antioquia, pero española al fin de cuentas. Y por esa “Sangre” corre una imaginación política de la victoria. En su relato somos los que vencieron a los “indios”, somos los que vencieron a los negros, somos los criollos traidores que vencieron a los mismos españoles, somos los gloriosos cafeteros del siglo pasado, somos los que hoy vivimos en todas esas imágenes, aunque nuestro hoy no tenga nada que ver con ellas. Yo disiento del alcalde, obviamente. Mi sangre es una parte negra, de cimarrones astutos que corrieron de la barbarie rio abajo hasta llegar a La Dorada. Otra de campesinas verseras, que contaban todo y de todo, que eran ellas mismas la memoria de sus pueblos, de utica y la magdalena, seguramente descendientes de muiscas.
El alcalde en su actuación titubeo, hay que reconocerlo, y dijo: “No somos todos”. Y luego tumbo su propia barrera y arremetió con una aplanadora imaginaria, una homogenizadora discursiva a escala industrial: “somos miles, cientos de miles”. Y quería decir con ello que esos cientos de miles, pensaban todos igual que él. Estaban con él, y les corría la misma sangre. La mecánica es simple, es la peligrosa idea de la identidad. Que no obstante sus formas, sea una identidad esta o aquella, es veneno puro para la libertad, para la vida. Todos nosotros “somos esto” dijo el alcalde. Y metió a la ciudad en un combate imaginario de escala colectiva, entre ser y no ser como él mismo. Los que no somos como él, por supuesto somos traidores, rebeldes, conflictivos, saboteadores. Y esta es la mecánica propia de la imaginación política Caldense, Manizaleña, conservadora, colona. Él como ya dije, solo dio una muestra de museo. Un discurso ejemplar de lo que ha sido el lugar del “arte” y la “cultura”. A través de su expresión más violenta, la tauromaquia.
Es una tradición que “traemos en la sangre” dijo orgulloso. Recio y decidido. ¿Cómo no titubeo aquí, me pregunto? ¿Cómo es posible que este tan orgulloso? Rondando los 50tas ya debería dudar de su padre o de su madre, o de su abuelo o de todos ellos, si lo llevaron desde niño a corridas y temporadas, cuando no podía pensar por si mismo. Ya debería conocer otras formas de ver el mundo, más respetuosas con la vida. ¿Por qué tan seguro? Quizás sea una máscara, seguro es una máscara. Un juego de resistencia. Que de decirlo con convicción termine por creérselo. Pero no, esta pegado al discurso seguro, el de la “Cultura”. Para nosotros dijo, la Feria y los toros son patrimonio y hemos logrado que sean reconocidas como Patrimonio Cultural de la nación. Ahí ya le puso el moño. Para que sirve la “cultura” preguntaron, para elevar a patrimonio practicas coloniales violentas, una respuesta flagrante. Para legitimar históricamente una elite gobierno-economía-cultura. Una clase heredera. Y aquí pasamos de lo imaginario a lo practico. Y entramos de lleno en la trama. La “Cultura” ha legitimado una origen: colonial, europeo, español, blanco. Y esa practica, desde uno u otro discurso, solo sirve para reproducirlo.
Y la rueda se aceita cuando la practica de reinvindicar “la Cultura” se convierte en el imaginario predominante y colectivo. Manizales es una “Ciudad Culta”, una “Ciudad Amable” una “Ciudad del conocimiento” una “Ciudad Universitaria” una “BIODIVERCIUDAD” una “Ciudad inteligente”, una Ciudad Taurina, el imaginario logra, como diría Eduardo, cambiar y dejarlo todo igual. La imagen positiva de una ciudad que es la “buena de la película”. Que ha logrado beber del elixir y se ve a sí misma, sabia, profunda y victoriosa. El filo de este circulo vicioso es que las practicas estéticas y los circuitos de circulación que no se confronten con este imaginario de frente, terminarán por alimentarlo. Por reproducirlo, poniendo a servir ha profundas expresiones y extensas comunidades en nombre de resistencias y transgresiones. La institucionalización de una secretaría de cultura y “Civismo” solo es una forma grosera de ponerlo en evidencia. La profesionalización de las artes y los saberes, la construcción de circuitos de circulación de practicas culturales. Esta muy lejos del encadenamiento mecánico de practicas instrumentalizadas de las artes o de los saberes, en circuitos de turismo, en acciones “pedagógicas” de movilidad o de salud mental. Hay una “Ciudad blanca” que no puede esconder más el rojo, la estela de sangre que deja tras de sí, con una violencia silenciosa, sistemática, que se ejerce sin vergüenza y que se perpetua en su propio nombre.